Salir de la trampa: cuando la comodidad se transforma en un obstáculo
Basado en el capítulo 3 de “Poder desde el no poder”, de Fabián Barros Requeijo
En los sistemas de recaudación y gestión institucional, hay un enemigo menos evidente pero profundamente eficaz: la comodidad. No hablo de la comodidad que surge de tener todo en orden, sino de esa falsa comodidad que proviene de repetir procesos obsoletos solo porque ya son conocidos.
Como explico en mi libro Poder desde el no poder, las entidades se adaptan al caos, incorporándolo como rutina. Se acostumbran a cargar pagos manualmente, revisar planillas que podrían evitarse y sostener procedimientos que no se cuestionan simplemente porque “siempre se hizo así”.
El problema es que esa comodidad no mejora nada. No simplifica, no optimiza, no ordena. Es una comodidad tramposa: da la ilusión de control, pero en realidad es reflejo de una adaptación pasiva al desorden. No es que el sistema funcione bien, sino que se vuelve “manejable” para quienes ya saben cómo sobrevivir en él.
Cuando una organización se entrega completamente a la lógica de lo cómodo, empieza a perder poder. Pierde control, pierde capacidad de respuesta y, sobre todo, pierde soberanía sobre sus decisiones financieras.
Este fenómeno genera un doble efecto: por un lado, las tareas operativas ocupan el tiempo que debería dedicarse a tomar decisiones estratégicas; por otro, se entrena al equipo a resolver lo urgente, no a prevenir lo importante. Se responde a los problemas cuando ya explotaron, en lugar de anticiparse.
El desafío es salir de esa trampa con una pregunta incómoda pero fundamental: ¿a quién le conviene que sigamos operando como siempre? Porque mientras las entidades se resisten a revisar sus prácticas, del otro lado hay actores que se benefician de esa pasividad: proveedores que no rinden cuentas, procesos que se automatizan sin transparencia y decisiones que se toman lejos de quienes las ejecutan.
En definitiva, no se trata de rechazar lo cómodo per se, sino de revisar a qué estamos llamando “comodidad”. ¿Es realmente cómodo operar en desorden? Lo verdaderamente cómodo, lo que libera tiempo y fortalece a una organización, no es lo fácil, sino lo que funciona. Y lo que funciona se construye con decisión, con estrategia y con un compromiso real con la mejora.
“Comodidad” no puede seguir siendo sinónimo de lo conocido, de lo que no molesta, de lo que no se cambia. Lo verdaderamente cómodo es aquello que funciona, que libera tiempo, que reduce errores. En contextos institucionales, esto no se logra con inercia, sino con decisión y mejora continua.
Salir de esa trampa implica mirar el sistema con ojos nuevos, aunque incomode. Cambiar la lógica de trabajo, no quedarse esperando a que el caos se vuelva tolerable, sino actuar antes de que la ineficiencia se naturalice. En otras palabras, se trata de incomodarse para poder gobernar mejor.