// Silence is gold Stefi Lamas, Author at Pago TIC

Argentina entre la especulación y la necesidad de crédito

por Diego Dequino

En estos días, el anuncio de un acuerdo de asistencia financiera entre Estados Unidos y la Argentina sacudió al mercado como pocas veces se ha visto. Bastó un tuit del secretario del Tesoro norteamericano para que se dispararan los bonos, bajara el riesgo país y se desinflaran, al menos por un rato, las tensiones cambiarias. Lo curioso es que todavía no está del todo claro qué se firmó, ni con qué letra chica. Pero el mercado reaccionó igual, casi con reflejo condicionado.

Más allá del entusiasmo inicial, conviene analizar qué hay detrás de este salvavidas. Se discuten tres mecanismos posibles:

El primero, y a mi juicio el más relevante, es que Estados Unidos compre bonos soberanos argentinos en el mercado secundario. Si eso ocurre, y lo hace en volumen —digamos 8, 10 o 15 mil millones de dólares—, el riesgo país podría caer por debajo de los 600 puntos. Esa sola acción nos permitiría volver a los mercados voluntarios de crédito, renovar vencimientos de capital y pagar únicamente intereses. Lo óptimo es que esas tenencias vayan hasta el final del vencimiento de cada título. 

El segundo mecanismo es un swap de monedas. Algo similar a lo que ya tenemos con China, pero esta vez con dólares. Se trata de una línea de crédito recíproca, o una nota de crédito abierta entre USA y Argentina, dólares y pesos se intercambian en asientos contables. Los swaps son acuerdos de plazo definido, pero renovables. Nuestro intercambio comercial con USA es relativamente poco, a diferencia que con China, pero el gesto político es poderoso y le daría más libertad al Banco Central en la administración de reservas.

El primer y segundo mecanismo no implica técnicamente un aumento del endeudamiento externo del país.

La tercera posibilidad, más difusa, es una línea de crédito directa. Pero de los papeles que circulan no se desprende que eso vaya a ocurrir. En todo caso, sería nueva deuda, y esto conlleva el riesgo natural para un país que viene encadenando compromisos sin resolver, sumado a que muy probablemente profundizaría la grieta política en el Congreso.

Las bandas y los anabólicos

Muchos se preguntan: ¿y el dólar? En el corto plazo, hasta las elecciones de octubre, el gobierno intentará mantenerlo en una suerte de “corredor de bandas”. Después, quizás, se libere un poco más. Pero no nos engañemos: el mercado cambiario argentino está inflado con anabólicos.

¿Qué quiero decir con esto? Que buena parte de la oferta de dólares en el último año no provino de la economía real, sino de operaciones extraordinarias: blanqueos, préstamos puntuales del BID, del Banco Mundial, un crédito extraordinario del FMI, colocaciones de bonos pagaderos en pesos pero suscriptos en dólares, REPO -empeño de títulos por dólares- del Banco Central. Es decir, dólares prestados o adelantados que se inyectaron artificialmente. Mientras tanto, el gobierno no compró reservas cuando pudo haberlo hecho. Es probable que dejó pasar unos 8.000 millones que estaban al alcance de ser comprados en este 2025. Eso significa que, si mañana se retiran los anabólicos, veremos el verdadero tipo de cambio de equilibrio.

La tasa y la “tabla salvavidas” de la clase media

Otro tema central es la tasa de interés. El Banco Central en esta semana la bajó en su referencia al 25% anual, luego de haber tocado valores del superiores al 70% en semanas anteriores. A primera vista, parece razonable: una tasa más cercana a la inflación proyectada del 29% para este 2025, esto ayudaría a reactivar el crédito. Y el crédito es la tabla salvavidas de la clase media. Cuando los ingresos no alcanzan, la familia apela a la tarjeta, al crédito personal, al hipotecario o al prendario para sostener consumo o acceder a un bien duradero.

Lo mismo ocurre con las empresas: sin crédito, la reconversión productiva es una quimera. Compiten dañadas frente a rivales globales más eficientes y sin la posibilidad de financiar una transición. En la Argentina, el volumen de crédito es bajísimo. Milagrosamente, la economía argentina funciona con niveles de apalancamiento exiguos, irrisorios, que en otros países serían inviables.

El problema es que el gobierno, hace 60 días, desarmó las letras fiscales, que eran la ventanilla de liquidez del sistema. Eso dejó en el aire en pesos el equivalente a 12 – 14 mil millones de dólares y desató la tormenta. El crédito, que venía creciendo despacio, se cortó en seco. Una decisión que, desde lo profesional, cuesta entender.

La economía real: el elefante en la sala

Con tanto ruido financiero, corremos el riesgo de olvidarnos de lo esencial: la economía real. Y ahí las noticias no lucen buenas en la coyuntura. El indicador adelantado del PBI ya marca entre los dos primeros trimestres de 2025 caída en la tendencia ciclo, eso que implica que la serie está pegando la vuelta está preanunciando al menos dos trimestres de caída, veremos cuánto es la profundidad o si es tocar valle. Los autoservicios mayoristas llevan 24 meses consecutivos en baja, desde julio de 2023, arrastrando a los almacenes de barrio. Los supermercados, que habían rebotado tras la paliza de 2024, volvieron a caer en los últimos tres meses entre mayo, junio y julio de 2025. La industria, que había mostrado señales de recuperación, se enfría otra vez.

Estas señales están ligadas al Estado que se retiró abruptamente: frenó la obra pública, despidió a más de 50.000 empleados, recortó salarios públicos reales entre 15 a 18 puntos y licuó jubilaciones en al menos 7% comparado con valores muy bajos de 2023. El ajuste, en ese sentido, es innegable. Pero si a esa poda de la demanda agregada no se la compensa con crédito barato y accesible, la transición se convierte en un darwinismo económico: sobreviven pocos y el resto queda en el camino.

El dilema argentino

Estamos, entonces, frente a un dilema. Por un lado, un shock de confianza financiera —impulsado por el aval estadounidense— que puede calmar la fiebre especulativa. Por otro, una economía real que se enfría peligrosamente. Si la asistencia externa se limita a comprar tiempo sin reactivar el crédito interno, el riesgo es claro: un veranito financiero y un ¿largo? invierno productivo.

Argentina no necesita elegir entre oferta o demanda, entre mercado o Estado, como si fueran polos irreconciliables. Necesita equilibrio. El Estado debe retirarse de los excesos, de la presión fiscal excesiva, sí. Pero no puede hacerlo dejando sin oxígeno a la economía real. Y el crédito es la parte vital de ese oxígeno.

La previsión es que las próximas semanas serán especulativas. Habrá ganadores y perdedores en el mercado financiero. Pero lo que definirá nuestro futuro no es si el riesgo país baja 200 puntos más o menos, sino si logramos reconstituir la capacidad de financiar familias y empresas. Porque sin crédito no hay transición posible. Y lo único cierto al momento es que, guste o no, estamos en plena transición.

Cuando la información no alcanza: el poder está en decidir

Vivimos en una era donde la información dejó de ser un simple recurso para convertirse en el campo de batalla. El poder ya no reside únicamente en el dinero, en los cargos o en las relaciones visibles, sino en la capacidad de procesar datos, distinguir lo esencial de lo accesorio y, sobre todo, de decidir cuando la incertidumbre lo invade todo. En este marco, ¿Cómo liderar la información en tiempos donde lo único seguro es la duda?

El problema no es nuevo, desde hace siglos los líderes debieron actuar sin contar con todos los elementos a su favor. Lo que ha cambiado es la velocidad, ahora el tiempo para decidir es cada vez más breve, los escenarios más cambiantes y las consecuencias más imprevisibles. 

Por esta razón, como sostengo en mi libro Poder desde el no poder, la verdadera fortaleza de un líder no está en disponer de todos los datos, sino en asumir con valentía el riesgo de decidir en medio de la incompletud. Posponer, esperar la certeza absoluta, es una forma de rendición.

Decidir en la incertidumbre exige entender que no se trata de eliminar el caos, sino que radica en aprender a navegar en él. El poder no proviene de controlar cada variable, se basa en reconocer patrones, aceptar la complejidad y, a partir de eso, aprender a trazar caminos. El liderazgo de la información radica en dotar de sentido a lo que parece inconexo, jerarquizar y simplificar lo complejo para poder actuar.

En mi trayectoria, he aprendido que el costo de la inacción es siempre mayor que el de una mala decisión corregida a tiempo. La duda paraliza, erosiona la confianza de los equipos y abre la puerta para que otros, menos preparados, ocupen el lugar de conducción. Hay un punto que considero esencial: liderar la información es también liderar las emociones que ella provoca. Detrás de cada dato hay miedos, intereses y resistencias que deben ser gestionados con inteligencia.
La información es poder, pero solo en la medida en que se transforma en acción. No alcanza con tener acceso a ella, hay que ser capaces de interpretarla y decidir, aun cuando implique equivocarse.

El verdadero liderazgo: ¿Alcanza con mandar?

Por Fabián Barros Requeijo

Todavía hay quienes creen que liderar es simplemente “mandar”, que la autoridad se demuestra con orden y control. Sin embargo, ese modelo vertical, rígido y autocentrado no solo está caduco: es ineficaz. Un verdadero liderazgo se construye en vínculo.

Un capítulo de mi libro “Poder desde el NO poder” gira en torno a una pregunta: ¿Cómo se ejerce el liderazgo sin convertirse en un jefe autoritario ni en una figura decorativa? La respuesta está en lo que llamo el liderazgo vincular. No se trata de abandonar el rol de conducción, sino de asumirlo desde una ética del encuentro. Conducir no es doblegar voluntades, sino habilitar sentidos, escuchar lo que no se dice, hospedar la diferencia.

Un liderazgo que se basa solo en la toma de decisiones es un liderazgo aislado, defensivo y ciego al contexto. En cambio, quien conduce con otros, y no sobre otros, se vuelve capaz de leer lo colectivo como una trama viva y en movimiento. Ya no se trata de tener la razón, sino de hacer lugar a la razón del otro, incluso cuando incomoda.

Muchas veces, quienes ocupan roles de autoridad sienten que escuchar es “ceder terreno”. Sin embargo, creo que es al revés, quien escucha gana legitimidad. Solo cuando alguien se siente escuchado puede confiar, comprometerse, arriesgar. Ninguna transformación duradera se logra sin confianza.

Este liderazgo vincular exige revisar nuestras propias lógicas de poder, abandonar la omnipotencia y animarse a la incertidumbre. Implica pasar de la obsesión por el resultado inmediato a una mirada de procesos. Y sobre todo, implica hacerse cargo de que las personas no siguen a quien más grita, sino a quien les permite ser parte.

Quizás llegó el momento de dejar de admirar a los que “mandan bien” para empezar a valorar a quienes saben sostener vínculos, incluso en el conflicto. En tiempos de fragmentación, ese es el liderazgo que más necesitamos: uno que no imponga, sino que convoque.

Salir de la trampa: cuando la comodidad se transforma en un obstáculo

Basado en el capítulo 3 de “Poder desde el no poder”, de Fabián Barros Requeijo

En los sistemas de recaudación y gestión institucional, hay un enemigo menos evidente pero profundamente eficaz: la comodidad. No hablo de la comodidad que surge de tener todo en orden, sino de esa falsa comodidad que proviene de repetir procesos obsoletos solo porque ya son conocidos.

Como explico en mi libro Poder desde el no poder, las entidades se adaptan al caos, incorporándolo como rutina. Se acostumbran a cargar pagos manualmente, revisar planillas que podrían evitarse y sostener procedimientos que no se cuestionan simplemente porque “siempre se hizo así”.

El problema es que esa comodidad no mejora nada. No simplifica, no optimiza, no ordena. Es una comodidad tramposa: da la ilusión de control, pero en realidad es reflejo de una adaptación pasiva al desorden. No es que el sistema funcione bien, sino que se vuelve “manejable” para quienes ya saben cómo sobrevivir en él.

Cuando una organización se entrega completamente a la lógica de lo cómodo, empieza a perder poder. Pierde control, pierde capacidad de respuesta y, sobre todo, pierde soberanía sobre sus decisiones financieras.

Este fenómeno genera un doble efecto: por un lado, las tareas operativas ocupan el tiempo que debería dedicarse a tomar decisiones estratégicas; por otro, se entrena al equipo a resolver lo urgente, no a prevenir lo importante. Se responde a los problemas cuando ya explotaron, en lugar de anticiparse.

El desafío es salir de esa trampa con una pregunta incómoda pero fundamental: ¿a quién le conviene que sigamos operando como siempre? Porque mientras las entidades se resisten a revisar sus prácticas, del otro lado hay actores que se benefician de esa pasividad: proveedores que no rinden cuentas, procesos que se automatizan sin transparencia y decisiones que se toman lejos de quienes las ejecutan.

En definitiva, no se trata de rechazar lo cómodo per se, sino de revisar a qué estamos llamando “comodidad”. ¿Es realmente cómodo operar en desorden? Lo verdaderamente cómodo, lo que libera tiempo y fortalece a una organización, no es lo fácil, sino lo que funciona. Y lo que funciona se construye con decisión, con estrategia y con un compromiso real con la mejora.

“Comodidad” no puede seguir siendo sinónimo de lo conocido, de lo que no molesta, de lo que no se cambia. Lo verdaderamente cómodo es aquello que funciona, que libera tiempo, que reduce errores. En contextos institucionales, esto no se logra con inercia, sino con decisión y mejora continua.

Salir de esa trampa implica mirar el sistema con ojos nuevos, aunque incomode. Cambiar la lógica de trabajo, no quedarse esperando a que el caos se vuelva tolerable, sino actuar antes de que la ineficiencia se naturalice. En otras palabras, se trata de incomodarse para poder gobernar mejor.

Lo que revela la queja

Por Fabián Barros Requeijo

Vivimos en una sociedad que ha perfeccionado el arte de no escuchar. No hablo del ruido ambiental, ni del vértigo de la información: hablo de ese silenciamiento selectivo que convierte la queja legítima en un gesto incómodo, exagerado o incluso violento. En Poder desde el no poder, trabajo una idea que atraviesa todas las dimensiones de la vida social y organizacional: la queja no incomoda por su forma, sino por lo que pone en evidencia.

Vivimos tiempos donde se exige que el malestar se exprese con elegancia. Se espera del que sufre que articule su dolor con la moderación del que no lo padece. Esta exigencia funciona, en realidad, como una herramienta de control. Se acepta la crítica, siempre y cuando no moleste. Se escucha al que sufre, siempre y cuando no se note demasiado.

Esto no solo ocurre en la política o en los medios, sino también en las empresas, en los equipos de trabajo, en los vínculos cotidianos. Hay personas que no tienen el respaldo simbólico o jerárquico para «decir las cosas bien» sin que eso se vuelva un problema. A esas voces se las descalifica por el tono, se las patologiza o se las ignora. Pero lo que realmente se busca evitar no es cómo lo dicen, sino lo que están diciendo: que hay algo que no está funcionando.

La queja genuina es peligrosa porque interrumpe la lógica del confort, porque revela una fisura entre el relato de eficiencia y la experiencia concreta del que queda afuera. Por eso, el sistema no la discute: la transforma en ruido.

¿Qué hacer con la queja?

No se trata de fomentar la queja por la queja misma. Se trata de reconocer que escuchar lo que molesta puede ser una herramienta poderosa de diagnóstico y transformación. En una organización, descartar una queja porque no fue expresada «como corresponde» puede implicar perder una oportunidad de mejora.

El desafío no es tolerar la queja, sino leerla estratégicamente. Preguntarse qué hay detrás de lo que se expresa, y asumir que silenciarla no resuelve nada: solo posterga el problema y profundiza el malestar.

Quien lidera, quien construye comunidad, quien aspira a transformar, no debería temer a las quejas. Debería preocuparse cuando dejan de aparecer. Porque ahí, quizás, lo que se rompió ya no es el vínculo, sino la esperanza de que algo pueda cambiar.

El poder no es lo que pensás

Cuando era chico respondí, sin dudar, que quería ser presidente “para entregarle el poder al pueblo”. Años más tarde, después de haber pasado por la política, las empresas, el destierro, la cárcel y el hambre, entendí que el poder no se entrega: se construye. Y no con discursos, sino con resultados. Esa es la primera verdad incómoda que aprendí.

El poder no es tener razón, ni tener títulos, es la capacidad de lograr resultados importantes y difíciles, en escenarios reales, con personas reales.
Todos creemos que si estuviéramos en el lugar de otros lo haríamos mejor, pero la historia está llena de líderes que pensaron igual y terminaron fracasando. ¿Por qué? Porque confundieron el poder con la ilusión de control. No entendieron que el poder no es el mapa, es el territorio. Es lo que efectivamente podés hacer, no lo que soñás.
En ese sentido, el poder no se tiene: se paga. El precio del poder es la responsabilidad de sostener las decisiones, incluso cuando duelen. Tener poder es tener que bancarse las consecuencias, incluso cuando no fueron exactamente las que imaginabas.

El poder ya no se ejerce solo: no hay liderazgo sin equipo 

Hoy, más que nunca, el poder no es unipersonal, ya no se logra nada grande en soledad. La complejidad de los tiempos nos exige trabajar en red, armar equipos y aprender a movernos en escenarios cambiantes. El verdadero poder es la capacidad de movilizar a otros para lograr objetivos significativos. Si no sabés trabajar con otros, estás condenado a la irrelevancia.
Tampoco podemos hablar de poder sin hablar de suerte. Porque sí, la suerte existe, pero no es una sola. Hay una suerte aleatoria, que no elegimos (dónde nacimos, con qué recursos contamos). Hay una suerte causal, que se da cuando nuestras acciones tienen consecuencias inesperadas, muchas veces por factores que no controlamos (cómo reacciona el otro, el contexto, el ánimo del entorno). Y también hay una suerte buscada, que es la que aparece cuando estamos en movimiento, cuando insistimos, cuando generamos condiciones para que lo improbable nos encuentre preparados.
De las tres, solo la tercera depende de vos, y es esa en la que tenés que invertir.
La actitud no garantiza el éxito, pero sin actitud, no hay siquiera punto de partida. El poder empieza por vos, aunque no termine en vos. Es una mezcla de decisión, aprendizaje, adaptación y resistencia. El que no se adapta, se margina. Y el que no se forma, se repite.
En eso me basé para escribir el libro “Poder desde el NO poder”, no para enseñar a manipular, sino a comprender. Para aprender a identificar lo que está en juego y a tomar mejores decisiones. Porque lo que no se entiende, nos domina.


Impacto de las políticas arancelarias de Estados Unidos en la economía argentina

Por Diego Dequino

Las recientes políticas arancelarias implementadas por Estados Unidos han generado un impacto significativo en la economía global. Analizamos las implicaciones de dichas medidas sobre las economías emergentes, en particular la situación de Argentina. Se examinan los efectos en los flujos de capital, la competitividad productiva y las estrategias monetarias que pueden adoptar los países afectados.

El aumento de aranceles por parte de Estados Unidos ha despertado preocupación en distintos sectores económicos. Este enfoque, basado en la lógica empresarial de protección de activos y rentabilidad, ha generado distorsiones en los mercados internacionales. En este contexto, se plantea un análisis sobre cómo estas decisiones pueden afectar a economías como la argentina y cuáles podrían ser las respuestas adecuadas.

Las medidas implementadas incluyen incrementos del 25% a exportaciones provenientes de Canadá y México, así como un 10% adicional sobre China. En el corto plazo, esto fortalece la economía estadounidense al atraer capitales internacionales hacia sus mercados financieros. No obstante, el efecto adverso recae sobre economías más débiles, generando una reasignación de flujos financieros que podría derivar en problemas estructurales en países con alta dependencia del comercio internacional.

Se observa un fenómeno de «fly to quality», donde los inversionistas reorientan sus recursos hacia activos estadounidenses. Esto limita el acceso de economías emergentes a financiamiento externo, lo que afecta particularmente a países con altos niveles de riesgo. En el caso de Argentina, cuyo riesgo soberano supera los 700 puntos básicos, la situación se torna aún más crítica, dado que la atracción de inversores se ve disminuida en un contexto de mayor incertidumbre global.

El sistema de control de cambios vigente en Argentina ha generado un tipo de cambio intervenido, con valores que no reflejan la realidad del mercado. Si se produce una flexibilización de estas restricciones, es probable que el dólar experimente una corrección al alza, aunque sin necesariamente traducirse en un fuerte impacto inflacionario. Se estima que un ajuste del 20-30% en el tipo de cambio podría generar un nuevo equilibrio en los precios relativos sin desencadenar una espiral inflacionaria descontrolada.

El debate sobre la existencia de un atraso cambiario es complejo, dado que el tipo de cambio no solo incorpora la inflación interna y externa, sino también factores como la productividad. En el caso de Argentina, la falta de mejoras sustanciales en productividad respecto a economías desarrolladas implica que el valor del tipo de cambio de equilibrio podría ser mayor al estimado por algunos análisis convencionales.

La posibilidad de un acuerdo de libre comercio entre Argentina y Estados Unidos presenta desafíos significativos dentro del marco del Mercosur. La firma de un tratado sin consenso regional podría generar sanciones o exclusiones dentro del bloque sudamericano. Adicionalmente, la reciente imposición de aranceles a socios comerciales con acuerdos vigentes sugiere que tales convenios no garantizan estabilidad en el comercio bilateral.

Las medidas proteccionistas adoptadas por Estados Unidos han generado un cambio en la dinámica del comercio internacional y los flujos de capital. En este escenario, economías emergentes como Argentina deben evaluar estrategias que les permitan adaptarse a las nuevas condiciones, minimizando riesgos y aprovechando oportunidades en un entorno global cada vez más desafiante.

Debilidades del poder

Por Fabián Barros Requeijo

En la vida, el poder suele ser visto como algo lejano, reservado para unos pocos privilegiados. Nos acostumbramos a pensar en él como una serie de muros impenetrables, en lugar de ventanas abiertas a nuevas posibilidades. Sin embargo, mi experiencia personal y profesional me ha enseñado que el poder está al alcance de todos, siempre que tengamos las herramientas para identificarlo y utilizarlo de manera efectiva.

Cuando escribí el libro “Poder desde el no poder”, quise desafiar la narrativa tradicional. ¿Por qué hay tan pocos libros que hablen del Poder de forma concreta? ¿Por qué parece que los poderosos prefieren ocultar sus secretos? Quizás porque el poder, como concepto, tiene un comportamiento caótico. Es complejo, impredecible y, a menudo, desafía la lógica. Sin embargo, es precisamente esta naturaleza caótica la que lo hace fascinante y accesible a quienes saben navegarlo.

¿Qué es el poder?
El poder no es simplemente liderazgo ni dominación. Es la capacidad de enfrentar desafíos importantes y significativos, de lograr resultados que realmente importan. Es también la capacidad de traccionar la realidad en una dirección determinada, algo que depende de tres factores clave:

  1. Posicionamiento: No es lo mismo ser jefe que empleado, pero el lugar que ocupamos no determina por completo nuestra capacidad de influir.
  2. Conocimiento: Saber algo que otros no saben o no pueden replicar es una fuente de poder invaluable.
  3. Emoción: La pasión y la convicción pueden mover montañas, incluso en ausencia de títulos o experiencia.

En un mundo que muchas veces nos paraliza con la idea del equilibrio, prefiero pensar en la tensión. El equilibrio es una ilusión; un concepto que muchas veces nos paraliza. Sin embargo, lo que realmente mueve al mundo es la tensión constante entre fuerzas opuestas. Esta tensión nos da esperanza, porque significa que siempre hay una oportunidad para el cambio.

Cambiar el enfoque
Como sociedad, necesitamos redefinir nuestra relación con el poder. Debemos dejar atrás los discursos vacíos y los modelos de odio que enfrentan a los más vulnerables entre sí. El poder real no consiste en aplastar al otro, sino en construir juntos. No se trata de evitar errores, sino de aprender de ellos.

El poder abusivo no es poder, es manipulación. El poder bien entendido se basa en la capacidad de generar cambios significativos y en la alineación de objetivos individuales y colectivos. En palabras de Mafalda, cualquiera puede hacer una fortuna haciendo harina a los demás, pero ¿cómo lograr el éxito apalancándonos en los demás para un bien común? Ese es el desafío.

Un nuevo horizonte
En el libro, busco derribar la subestimación social que nos limita cuando pensamos que no podemos. Cada uno de nosotros tiene una oportunidad. El poder no es exclusivo de unos pocos; todos podemos encontrar nuestras propias ventanas si dejamos de ver muros.

En última instancia, el poder no es estático ni absoluto. Es relativo, frágil y lleno de posibilidades. Aprender a identificar las debilidades del poder, a cuestionar las etiquetas fáciles y a ver la realidad más allá de las apariencias nos empodera para cambiar nuestras vidas y nuestras comunidades.

Los invito a cada uno a reflexionar sobre cómo pueden redefinir el poder en sus propias vidas. No para dominar, sino para construir juntos un futuro más significativo, más justo y más lleno de ventanas.

Hay que pasar el verano

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