El poder no es lo que pensás
Cuando era chico respondí, sin dudar, que quería ser presidente “para entregarle el poder al pueblo”. Años más tarde, después de haber pasado por la política, las empresas, el destierro, la cárcel y el hambre, entendí que el poder no se entrega: se construye. Y no con discursos, sino con resultados. Esa es la primera verdad incómoda que aprendí.
El poder no es tener razón, ni tener títulos, es la capacidad de lograr resultados importantes y difíciles, en escenarios reales, con personas reales.
Todos creemos que si estuviéramos en el lugar de otros lo haríamos mejor, pero la historia está llena de líderes que pensaron igual y terminaron fracasando. ¿Por qué? Porque confundieron el poder con la ilusión de control. No entendieron que el poder no es el mapa, es el territorio. Es lo que efectivamente podés hacer, no lo que soñás.
En ese sentido, el poder no se tiene: se paga. El precio del poder es la responsabilidad de sostener las decisiones, incluso cuando duelen. Tener poder es tener que bancarse las consecuencias, incluso cuando no fueron exactamente las que imaginabas.
El poder ya no se ejerce solo: no hay liderazgo sin equipo
Hoy, más que nunca, el poder no es unipersonal, ya no se logra nada grande en soledad. La complejidad de los tiempos nos exige trabajar en red, armar equipos y aprender a movernos en escenarios cambiantes. El verdadero poder es la capacidad de movilizar a otros para lograr objetivos significativos. Si no sabés trabajar con otros, estás condenado a la irrelevancia.
Tampoco podemos hablar de poder sin hablar de suerte. Porque sí, la suerte existe, pero no es una sola. Hay una suerte aleatoria, que no elegimos (dónde nacimos, con qué recursos contamos). Hay una suerte causal, que se da cuando nuestras acciones tienen consecuencias inesperadas, muchas veces por factores que no controlamos (cómo reacciona el otro, el contexto, el ánimo del entorno). Y también hay una suerte buscada, que es la que aparece cuando estamos en movimiento, cuando insistimos, cuando generamos condiciones para que lo improbable nos encuentre preparados.
De las tres, solo la tercera depende de vos, y es esa en la que tenés que invertir.
La actitud no garantiza el éxito, pero sin actitud, no hay siquiera punto de partida. El poder empieza por vos, aunque no termine en vos. Es una mezcla de decisión, aprendizaje, adaptación y resistencia. El que no se adapta, se margina. Y el que no se forma, se repite.
En eso me basé para escribir el libro “Poder desde el NO poder”, no para enseñar a manipular, sino a comprender. Para aprender a identificar lo que está en juego y a tomar mejores decisiones. Porque lo que no se entiende, nos domina.